
También sirven para educar el gusto, si uno sabe elegir convenientemente autores y títulos. Para aprender a ver la existencia desde la perspectiva de los demás, que siempre es cosa buena y educativa; o para crecer en tolerancia y dignidad, que tampoco es moco de pavo.
Los libros, como dice mi amigo José Manuel, profesor de bachillerato, sirven para que los alumnos -los suyos al menos- se dediquen a pasearlos, sin abrirlos siquiera, de las aulas a casa y viceversa, hacinados en esas incómodas, antiestéticas y horrendas mochilas que a los estudiantes les endilga el dictado consumista de las modas pasajeras.
Sirven los libros para mil cosas varias, la mayoría beneficiosas. Es verdad que a fuerza de leer, uno puede precisar algún día los servicios del oculista.

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